-

Esperar en un mundo que no trasciende de una puerta de mierda

domingo, 31 de mayo de 2020

Feeling Weird


Siento un nudo en el estómago que hace bastante tiempo que no sentía.

Como cuando estás a punto de entrar a hacer un examen y sientes que tienes exactamente las mismas probabilidades de hacerlo bien y hacerlo mal.

Me siento como el gato de Schrödinger, vivo y muerto a la vez.

Siento que no tengo el control sobre ninguno de los escenarios que se plantean,

Y me mata.

No puedo decir que esté ocurriendo otra vez lo mismo, pero hay ciertos elementos en común.

Una fuerte sensación de náusea, de querer bajarme de la atracción y pisar suelo firme otra vez.

Pero se ve tan lejano el suelo, tanto por construir, que me vienen las lágrimas a los ojos con tan sólo pensarlo.

Jamás había echado tanto de menos la estabilidad y la monotonía, el saber que tengo ciertas constantes y que ya puede caer un meteorito encima para que cambien.

O que se desate una pandemia.

Quiero volver a sentirme viva, de verdad.

Sentir la alegría desbordarse por mi sonrisa.

Y creo que puedo conseguirlo, que lo tengo cerca, y a la vez lejos.

Otra vez me veo en la maldita caja.

El tiempo se ralentiza hasta el hastío, los segundos caen como gotas de un líquido muy espeso que no termina de fluir, hasta el punto de parecer que se recogen y vuelven al estado original.

Miro el reloj, y tan sólo han pasado 10 minutos de las 3 de la mañana.

Las 4.

Las 5.

Y por fin empieza a salir el sol. Suspiro con alivio hasta nuevo aviso.

Hasta que vuelva a caer la noche y mis demonios se tumben conmigo.

Hold it together, come on.

Lucha.

domingo, 12 de abril de 2020

Abrázalo

Me he dado cuenta de que no me gusta saber cuando estoy en medio de una crisis.

El instante en el que lo estoy viviendo, no me gusta recrearme en ese sentimiento. Prefiero el optimismo, no tanto la pura negación (aunque no negaré que me parezca una opción atractiva, especialmente al principio), sino aferrarme a aquellos aspectos que, de alguna manera, hagan esta situación menos lesiva, o más transitoria.

La cuarentena, no es una de esas situaciones que faciliten la negación o el eufemismo hiperbólico. No porque no quiera, sino por la avalancha de información que no sólo te calla de un guantazo, sino que te tira hacia atrás del impacto.

Es difícil permanecer optimista, e incluso recomiendan no escudarse, sino abrazar todos esos sentimientos.

Estoy tirada en el suelo de mi habitación, o tumbada en mi cama, y me pesa mucho el cuerpo. No puedo ni quiero levantarme, vivir el mismo día, salvo que cada vez más oscuro, teñido por un velo asfixiante que complica las horas más y más.

Así que ha terminado apareciendo, brotando por las fibras de mi alfombra, abrazándome entre mis sollozos. Y me he dejado llevar.

Me duele mucho el pecho, otra vez siento una fuerte losa asfixiarme. Por favor, otra vez no.

Ven, efectivamente esto es una mierda.

Pégate a mi piel, clávame tus uñas y corta por dentro mis venas. Conviérteme en una puta tempestad y rompe el timón de mi barco. A ver cuánto dura esta vez.

sábado, 11 de abril de 2020

Level of Concern

¿Alguna vez te has dado cuenta de que llevas mucho tiempo intentando subir una torre cuya base construiste mal?

Tampoco es un momento en el que pones los ladrillos a conciencia, porque en el fondo, siempre, un porcentaje saludable de tu mente alberga la posibilidad de que tengas que quitar esos ladrillos porque las cosas no terminen de salir bien.

Y es así como, con la tontería, los meses vuelan y por pura inercia tienes varias filas formadas, sin pararte a pesar en cómo mezclaste el cemento, o por qué pusiste un ladrillo en vez de otro en determinado momento.

Un día estás arriba, sin ser muy consciente de todo el proceso, y al mirar hacia abajo, te entra un vértigo que acojona.

Vaya que si acojona.

Porque ves temblando alguno de esos ladrillos valientes, ignorantes y desenfadados.

Es posible que fueras consciente de que no era la mejor opción, pero quién cojones está para elegir dentro de lo que cada uno tiene como posible en ese instante.

Ni tenemos toda la información, ni estaremos en lo correcto en todo lo que pensamos que está a nuestro alcance.

Vaya jueguecito, eh.

Me estoy empezando a preocupar, porque no sé bajar de aquí.

viernes, 10 de abril de 2020

Noche de dos cubatas y miseria en cuarentena

Me pesan los pensamientos.

La cabeza me da vueltas. Los dedos se me antojan perezosos, torpes, inútiles.

Nada termina de salir como deseo.

Contemplo mi imagen devuelta por la cámara, mirando incómoda hacia otro lado, viendo cómo, a pesar de la fuerte falta de definición de la imagen, se forma una lágrima hasta caer presa de la gravedad sin ser ayudada por un parpadeo.

Como si la pena se desbordara por el lagrimal.

Me veo desde fuera, mirando a una pantalla que me da malas noticias. Pienso en el resto del mundo que se aferra a información formada por píxeles. El mundo se me cae encima.

Nada tiene sentido.

Podría ser un puto pervertido detrás de este cristal, contándote las Mil y Una Noches.

Y, sin embargo, solo soy una chica tejiendo su propio abismo con el que arroparse.

Odio depender de mi estado de ánimo.

Odio ver la mierda cabalgar hacia mi ventana, saber que esta noche no voy a dormir bien.

Prefiero vivir en la ignorancia hasta que lleguen las alas negras.

Prefiero eso, a vivir el presente y el futuro a la vez.

Qué puta mierda de paralelismo.

jueves, 9 de abril de 2020

Cantando en la oscuridad

Últimamente cierro los ojos y entro en lapsos temporales.

Me imagino en otro tiempo, en otro lugar. Y respiro profundamente, trasladando mi mente a aquel ente corpóreo que ocupé alguna vez.

Cuando podía traspasar las fronteras imaginarias que nos hemos dibujado, y obedecía a mis deseos de libertad.

Esta noche es muy fría, la lluvia golpea la ventana a principios de Abril, y no parece querer irse. Se puede sentir la humedad en el aire.

Me pongo las botas, ajusto mi abrigo y me cubro con la capucha, para salir por la puerta mirando al suelo, pisando los charcos sin remordimientos.

Sueño despierta con recorrer las calles y adentrarme en paraísos desconocidos con los que grabar nuevos recuerdos que engrosarán mi biblioteca de borrachera nostálgica.

Y sin embargo, estoy aquí, haciendo uso de esos libros embriagadores. Nunca está de más releer algún clásico para recordar la importancia que cobran en el salón.

Qué buenos recuerdos que tenía escondidos, sin duda hay algunos que mejoran con los años, cuando sólo quedan las partes dulces y lo agrio se pierde en la vejez.

Hace tan poco tiempo que decía no tener tiempo para nada, que parecen años los que me diferencian de la masa de nervios que andaba por Madrid. Han sido años de los que no tengo apenas recuerdos memorables grabados, pasando como una etapa anónima en mi vida, un periodo sin pena ni gloria, de absoluta indiferencia significativa.

Ahora mis pies están suaves y blanditos tras haber dejado los tacones en el armario.

Qué raro es volver a mi niñez. Qué raro es que tengas días y días sin propósitos definidos, sin planes establecidos con tanta anterioridad que raya la obsesión.

Qué raro es no saber qué día de la semana es, hasta que te paras a consultarlo.

Qué raro es volver a esa etapa en la que los días pasaban despacio, de la importancia que le dabas al tiempo sin siquiera saberlo.

Esto da que pensar.

miércoles, 8 de abril de 2020

Isolation

Durante todos estos días de obligada soledad, siento mucha nostalgia.

Sin previo aviso, mi cerebro reproduce cientos de escenas en mi mente, y dejo todo para verlas con ojos nuevos, como una mera espectadora imparcial.

Después, siento una terrible ola de angustia inundar mi pecho, presionándolo hasta dejarme sin una gota de oxígeno.

…………………

Inspira por la nariz, exhala toda preocupación echando el aire por la boca.

Aaahhhh…

Olvida tus preocupaciones, suelta todo pensamiento negativo.

…………………..

Echo mucho de menos poder salir de casa, tener la posibilidad de decidir qué hacer con mi libertad de movimiento.

Echo de menos sentir que alguien más toca mi cuerpo. Un beso, un abrazo con sentimiento, una mirada cargada de emociones que no sea a través de una pantalla.

Echo mucho de menos mi antigua vida.

Escribir es como un músculo más, se notaba cuando cada día tenía material suficiente para crear una novela y no me estancaba borrando cien veces un párrafo insulso.

Siento que soy la misma, con el mismo fuego y la misma personalidad temperamental, pero muy triste, apagada por los años, por la vida, por el yugo de la sociedad.

…………………

Daría miles de euros por poder quedar con mis amigas en un parque en Madrid.

Tiradas en el césped, con cervezas o Coca Cola, haciéndonos trenzas y poniendo música para todos los públicos. A veces pop, a veces rock, a veces heavy que solo nos gusta a Zaida y a mí. Pásame las chuches, me encanta cómo tienes el pelo hoy, qué piel tan bonita, quién es esa de la que habláis, ahora qué vamos a hacer. Un intercambio constante de pensamientos fugaces, que circulan libres gracias a la confianza forjada en el instituto.

Daría miles de euros por poder sentarme en una cafetería y compartir un café durante horas con discusiones, verborrea y opiniones divergentes.

Mi reino por poder ponerme las botas e ir a andar al monte. Sentir el sudor escurriéndose por mi nariz hasta llegar al suelo, que dejo atrás, un paso tras otro, con esfuerzo. Sentir el aire puro atravesar mis pulmones, darme la vuelta y contemplar todo lo que hemos recorrido.

Mi reino por no sentir miedo cuando tenga a alguien a menos de dos metros de distancia.

Ignoro qué nos hará este virus a largo plazo, pero mucho me temo que cambiarán demasiadas cosas que amaba.

Ojalá te hubiera aprovechado más, libertad.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Todo comienza con un cigarro

Un paquete de tabaco descansaba en una mesa. Estaba doblado por el uso, se podían ver algunos cigarros asomando por uno de los dobleces de la tapa. Todos ellos aguardaban ser usados, eventualmente, con su propósito específico.

Un hombre estaba sentado mirando el paquete, o eso pretendía. A los pocos segundos se le desenfocó la mirada, y pasó a ver más allá. Pasó a tener demasiadas cosas en la cabeza, hasta el punto de formarse una película que transcurría demasiado rápido como para intentar descifrarla. Unos instantes después, alargó el brazo para coger el paquete, buscando un cigarro con movimientos automáticos. Se sacó una caja de cerillas del bolsillo, prendió una y la acercó al que ya tenía esperando entre sus labios. Inspiró profundamente, miró al techo y empañó su mirada con una oscura nube grisácea. 

Sintió el cuerpo cansado, como si el centro de la Tierra tirara de su existencia con un fuerte magnetismo. Se encontraba dando otra calada cuando desvió la mirada hacia atrás, al centro de la habitación.

Hay veces en las que uno se ve desde fuera en ciertos episodios. Tal llega a ser la desconexión de la mente con los actos, que no se llegan a recordar ciertos tramos porque se asume que no nos pertenecen. Este fue el caso que vivió Thomas cuando se encontró un cadáver en la alfombra, que estaba adquiriendo un tono terráqueo al mezclar las fibras de color con el fuerte rojo de la sangre coagulada. Cuando se dio la vuelta y vio a aquella mujer, con la mirada perdida en el abismo, sintió que alguien le había puesto con una mano invisible hacía unos minutos en ese escenario surrealista.

- Joder - musitó con el cigarro entre los labios.

Sin alterar apenas su respiración, Thomas estudió con más detenimiento la situación. El cuerpo estaba tumbado en una posición artificial, como si la hubieran forzado contra el suelo poniéndose encima. La fuente de sangre parecía venir del cuello, donde su perspectiva sentada no le terminaba de revelar el corte que tenía, pero se adivinaba por el color especialmente oscuro de la ropa y del pelo, de un color dorado en su inicio. Al llevarse de nuevo el cigarro a la boca, descubrió que sus manos estaban completamente bañadas en rojo, habiendo adquirido una textura cuarteada fruto de la sangre seca entre los pliegues de los dedos.

Ahora sí que estaba jodido.

Thomas cerró los ojos, frotándose las sienes con la mano que tenía libre, sin parecer importarle la sangre que acababa de descubrir. Intentó retroceder a un punto que tuviera claro, de ese mismo día, o de esa misma semana. Intentó recordar algún aspecto que le vinculara a ese momento.

- Qué cojones ha pasado, joder… - gimió con hastío, como si no fuera la primera vez que se encontraba en aquella situación.

- Lo has vuelto a hacer – escuchó decir a una voz. No había nadie en la habitación, tan sólo estaban él y el cuerpo de la chica, que cada vez adquiría nuevas tonalidades en el camino hacia la descomposición.

- No, no, otra vez no… - Thomas estaba cansado, quería irse a su casa y meterse en la cama, deseando que fuera una terrible pesadilla.

- Hay que salir de aquí, Tom – dijo la voz, con un tono que parecía cariñoso pero tajante. – Vamos, limpia tu rastro y sal de aquí echando hostias.

Inmediatamente después, Thomas se levantó de la silla con un nuevo aire, como si le hubieran inyectado energía y una fuerte determinación. Dejó la colilla en la mesa, al lado del paquete de tabaco, y se puso manos a la obra. En una rápida inspección del piso encontró varios trapos y un bote de lejía, que no tardó en usar en todos los elementos que pensaba que podía haber tocado. Especialmente, en el cuchillo de cocina que yacía al lado del cadáver.

Thomas mantenía una expresión impertérrita mientras realizaba la limpieza, como si hubiera sido estrictamente enseñado sobre cómo proceder para eliminar sus pasos en una escena de un crimen. Sus movimientos eran rápidos y precisos, buscando la perfección al limpiar minuciosamente el mango del cuchillo. Examinó el cadáver buscando signos de forcejeo y encontró rastros de sangre en las uñas de la mujer. Sin pararse a buscar dónde podía haberle arañado, dedicó más de veinte minutos a cortarle las uñas y limpiar todo posible rastro orgánico de las mismas, gracias a un kit de manicura que encontró en un neceser, dentro de un armario del baño.

Una hora después, Thomas miró satisfecho el escenario final tras su tarea. Cogió su paquete y lo metió en el bolsillo de su chaqueta, que había estado todo este tiempo colgada en la silla. Intentó repasar algún detalle de los eventos que pudiera darle pistas sobre si se dejaba algún cabo suelto, pero sólo tenía imágenes en negro sobre esta última semana, sacudiendo la cabeza con insistencia en la búsqueda de mayor claridad.

Abrió la puerta de la casa y cerró con cuidado, tratando de no hacer ruido. Tras reorientarse brevemente, bajó las escaleras del cuarto piso, hasta que salió a la calle. Debía ser de madrugada, porque el sol acababa de asomarse por los edificios con un tono anaranjado y tan sólo había un barrendero limpiando la acera de enfrente con parsimonia. Thomas se ajustó la chaqueta y eligió un sentido de la calle, concluyendo que se terminaría orientando en algún momento.

Fue así como Thomas comenzó un nuevo capítulo del que nunca terminaría de salir.